El
hombre de blancas arrugas sollozaba.
Posado
en el abismo de la esperanza,
esperaba
con ansias el orgullo de su alma.
El
alba asomaba en el poniente infalible,
su
blanca melena reflejaba la luz cegadora.
Sus
ojos, clavados en la esencia.
Sus
pies, cansados por la espera.
Sus
manos, cercanas a la galaxia
y
su blanca piel, fue enrojecida.
-Despierta
mi bella piedra,
mi
galaxia desmesurada.
Despierta
mi pequeño universo,
te
doy vida tras mis tantos años.-
Y
así fue, como el despertar
de
una nueva época fue concedida.
El
hombre de blancas arrugas,
el
infinito desmesurado,
prodigio
de las enseñanzas.
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