No, la verdad que ese
día no fue de los mejores. Se me había pasado por la cabeza mi muerte, pero
esto… Esta herida no sé cómo llegó aquí. Por más que trato de recordar, lo único
que viene a mi mente es la desesperación con que empezó ese día: La poca comida
que disponíamos para vivir se acababa. De hecho, un loco desquiciado fue parte
del quehacer matutino. Hubo forcejeos, gritos, piñas, escupitajos, filos,
estocadas y disparos. Nunca lo hubiese creído que el hambre cambia tanto a las
personas. Suerte que el cólera por hambruna se cura, con comida o con una buena
descarga de perdigones. Pobre de él, cayó parte del decorado apocalíptico. La
verdad digo, pensándolo de nuevo, que no tenía pobreza su final. Él no se
levantaría. No generaría ningún problema, ni para sí ni para nosotros.
Descansaría en paz y eso es lo que todos pretendemos, paz.
Lo que siguió no fue menos. Además de haber sido sorteado
para tener que desechar el cadáver y conseguir comida, soportar los llantos de algunos
compañeros tampoco fue de agrado. Nos perdimos en el andar. Caminamos y
caminamos, el exterior de nuestro campamento estaba desolado: No hay mucho para
explicar de lo que había fuera, tú ya lo has visto. Se dice que la muerte está
en todos lados, te predican de “Ellos” como si fueran muertos vivos, porque no dejan
de moverse. Uno, a veces, confunde conceptos. Cree que la vida es el corazón,
pero los científicos desaparecieron sin revelarnos que es realmente “estar
vivo”.
Perdón que deje contarte, pero espero que no hayas sido de
esos que se metieron a un armario con torres de latas a esperar que el tiempo
pase, inundados con la ilusión de ser rescatados por “Nosotros” ó “Ellos”. Yo
no puedo imaginar estar así, sentiría claustrofobia. Pero no de estar
encerrado, de no hacer nada, revolcado como un cerdo en mi propia esencia
humana. Tampoco soy quien pueda decirte “Bien” o “Mal”, no puedo diferenciar.
Eso mismo les dije a quienes me acompañaban.
A propósito, ¿Me dejas recostarme a tu lado? Seguro que es la
parte más cómoda del suelo. Estoy empezando a sentir un poco de frío. He visto
a muchos sufrir los efectos de una herida como esta. Primero, no coagulan; segundo,
arde y se siente como te corroe por dentro; y tercero, empiezas a levantar
temperatura hasta que tu cerebro se consume en una fiebre descontrolada. La
pasas entre sudor frío y delirio. Yo no creo que la pase tan mal hasta que
empiece a salir espuma por mi boca. Una de las últimas personas que recuerdo en
pasar por eso fue Rosana. Era una chica buena, pero, ahora que lo pienso, creo
que no le dieron tiempo a enloquecer. Todavía escucho sus gritos al intentar
abrir la puerta que yo trabé. Intentó Maldecir a toda mi familia cuando la
alcanzaron las extremidades de “Ellos”, cuando la atrajeron y se deleitaron
saboreando su interior. Lo recuerdo muy bien, la ventana de la puerta me hacía
el único espectador de mi obra. Era muy peligroso dejarla pasar. Eso le diría a
José, el tercero en sacar la vara más corta. Él se había adelantado…
Disculpá que interrumpo nuvamente, ¿Te estoy aburriendo? Es
que veo tu cara de “nada” y no sé si te puedes concentrar en lo que digo. Voy a
tomar eso como un si… Te estaba diciendo que José estaba delante mío, a unos
pocos escalones de llegar al otro piso. Escuché una puerta abrirse y los gritos
de mi compañero que alertaban sobre “Ellos”. Pude dar con la escena, muchas
manos trataban de arrastrarlo al infierno. Sentí el impulso, algo que nunca se
había presentado en mí: El cólera de la supervivencia, el “Él o Yo”. Mi pié
impulsó a José al infierno, lo condené. No sentí dolor ni culpa. Si frío, sentí
el mismo frío que ahora.
Pero no recuerdo esta herida, al entrar aquí no la tenía, o
eso creo. Vienen a mi cabeza imágenes de que corrí. Siento haber tumbado
algunos cuerpos sin vida con mis manos… ¡Ahí! Al último no lo pude prever. Su
mano formó parte de mi cuerpo por unos instantes. Ahora lo recuerdo bien. Tras
él estaba este lugar y sólo pude entrar al volarle los sesos y girar el
picaporte. Trabé, antes que nada. Lo bueno es que solamente estabas tú.
Y todavía estás, eso es bueno. ¿Puedes cambiar tu cara de
nada? Es que me recuerda a alguien. El frío me está matando, sabes. Siento que
en cualquier momento voy a ser como tú, con cara de nada. Sabes, mi madre te
diría que estás igual de “chulo” que yo. Tienes una cara muy parecida a la mía,
seguro que sientes frío, por eso tu cara de nada…