Ya van dos partos que
presencio, ambos me dejaron sin palabras. El embarazo en si mismo es tortuoso,
desde los primeros días que se presentan sus síntomas hasta los nervios al
entrar al quirófano, no se pierde la esencia de lo nuevo, lo que está por venir
a imponernos nuevos retos a nuestra vida. Ser el secuaz de aquella que cede por
el amor mutuo, en búsqueda de materializar el deseo que ronda el binomio.
Entonces ocurre, ocho y
media de la mañana se prepara ella en un rito de entrega, de apertura al
universo que gobierna su matriz. La llaman. Sigues los pasos del vehículo que
la transporta a su futuro de parturienta. La seña te detiene, tu labor como protector
ahí finaliza, ya no hay camino por ahora.
Tiemblas por dentro, la
emoción carcome tu mente imaginando mil finales posibles entre confianza y mal
presagio heredados. Paseas sin más rumbo que la llamada al acto de la
observación; te preparas mental y emocional para todas las posibilidades: desde
el interior de tu compañera hasta chillar de un conocido. Se abre el portón,
con una seña del interior piden tu presencia. Te preparan para el ritual, entre
buenas palabras y vestimentas asépticas te imbuyes en el fase culmine del que
fuiste participe tiempo atrás.
Te persignan alegando
que el turno llegará al esperar tras la línea amarilla. Sientes movimiento,
voces, cortes, ruidos a maquinas, la voz de ella, los fluidos viscosos, el olor
a bisturí, la sangre brotar; percibes el futuro olor a nuevo, los pañales, el
óleo calcáreo, los llantos, el crecer. El crujir de la puerta te devuelve, las
señas de aceptación te transportan a la nueva sala. No la ves a ella, sólo la
mampara egoísta se te presenta. Saludan los especialistas, intuyen que estás
listo exonerándote a retratar el momento. Respiras profundo. La palabra santa
del final de este viaje se presenta, ves manos hurgar el interior, empiezan a
drenar la sustancia que sumergía al ser. Los hábiles dedos rodean una amorfa
sustancia roja, ves desflorarse entre sangre y líquido a aquel nuevo emisario
de la Vida, aquel que te descentra del egoísmo.
El cumulo de sensaciones explota en ti retratando esa realidad inanimada
para el resto. Ves el cordón, su violácea forma oblonga que surge desde el
infinito interior de ella. Sientes el filo de la tijera que corta y lo
obstruye. Sientes el agónico llanto que da inicio a la oxidación: Llora, por
primera vez lo oyes.
El simbolismo paterno
ruge, ya no eres un ente pasivo ante el desarrollo del nonato, estás y respiras
lo mismo que tu hijo. Ya no debes necesitar la palabra unánime que confecciona
tu realidad, está ahí. Te llenas de su sustancia entre eructos y pañales, eres
tripartito en ese momento. El binomio sufre una crisis existencial, los roles,
las horas, el sueño, el estrés; pero ya hay algo que no retorna, que se
transformó en ese periodo de incubación materna y hoy para mañana aflora:
Serás, Sos y Fuiste
padre, de aquí a la eternidad.
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