domingo, 23 de agosto de 2015

Alumbramiento y Paternidad: Relato - Reflexión


Ya van dos partos que presencio, ambos me dejaron sin palabras. El embarazo en si mismo es tortuoso, desde los primeros días que se presentan sus síntomas hasta los nervios al entrar al quirófano, no se pierde la esencia de lo nuevo, lo que está por venir a imponernos nuevos retos a nuestra vida. Ser el secuaz de aquella que cede por el amor mutuo, en búsqueda de materializar el deseo que ronda el binomio.



Entonces ocurre, ocho y media de la mañana se prepara ella en un rito de entrega, de apertura al universo que gobierna su matriz. La llaman. Sigues los pasos del vehículo que la transporta a su futuro de parturienta. La seña te detiene, tu labor como protector ahí finaliza, ya no hay camino por ahora.

Tiemblas por dentro, la emoción carcome tu mente imaginando mil finales posibles entre confianza y mal presagio heredados. Paseas sin más rumbo que la llamada al acto de la observación; te preparas mental y emocional para todas las posibilidades: desde el interior de tu compañera hasta chillar de un conocido. Se abre el portón, con una seña del interior piden tu presencia. Te preparan para el ritual, entre buenas palabras y vestimentas asépticas te imbuyes en el fase culmine del que fuiste participe tiempo atrás.

Te persignan alegando que el turno llegará al esperar tras la línea amarilla. Sientes movimiento, voces, cortes, ruidos a maquinas, la voz de ella, los fluidos viscosos, el olor a bisturí, la sangre brotar; percibes el futuro olor a nuevo, los pañales, el óleo calcáreo, los llantos, el crecer. El crujir de la puerta te devuelve, las señas de aceptación te transportan a la nueva sala. No la ves a ella, sólo la mampara egoísta se te presenta. Saludan los especialistas, intuyen que estás listo exonerándote a retratar el momento. Respiras profundo. La palabra santa del final de este viaje se presenta, ves manos hurgar el interior, empiezan a drenar la sustancia que sumergía al ser. Los hábiles dedos rodean una amorfa sustancia roja, ves desflorarse entre sangre y líquido a aquel nuevo emisario de la Vida, aquel que te descentra del egoísmo.  El cumulo de sensaciones explota en ti retratando esa realidad inanimada para el resto. Ves el cordón, su violácea forma oblonga que surge desde el infinito interior de ella. Sientes el filo de la tijera que corta y lo obstruye. Sientes el agónico llanto que da inicio a la oxidación: Llora, por primera vez lo oyes.

El simbolismo paterno ruge, ya no eres un ente pasivo ante el desarrollo del nonato, estás y respiras lo mismo que tu hijo. Ya no debes necesitar la palabra unánime que confecciona tu realidad, está ahí. Te llenas de su sustancia entre eructos y pañales, eres tripartito en ese momento. El binomio sufre una crisis existencial, los roles, las horas, el sueño, el estrés; pero ya hay algo que no retorna, que se transformó en ese periodo de incubación materna y hoy para mañana aflora:


Serás, Sos y Fuiste padre, de aquí a la eternidad.

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