jueves, 5 de mayo de 2016
Noche de Verano - Relato Negro
El caminar se fundía con las sombras bajo el silencio de la ciudad, los pasos se ahogaban por el murmullo de los vehículos en las autopistas, y bajo ella la oscuridad del consuelo civilizado ocultaba realidades ajenas. Las plazas escondidas de la luz prescindían de buenos hábitos: Merca, droga, faso, porro o paco; uso común para describir vidas. Y la barra estaba ahí, dóciles, descansando de los placeres que aparenta dar la Vida. Las luces aparecían por el circular de los autos, dejaban sin cuidado a la barra con su ropa deportiva, sus gorras y zapatillas, la tez o rostro. Compartían, cuchicheaban, intercambiaban un poco de Realidad entre ellos y se preguntaban por su siguiente paso. Hablaban, reían, señalaban y gesticulaban, planificaban la noche y sus botines.
Las voces y murmullos de la “City”, los ruidos de puertas y ventanas, hornos y cocinas, los cubiertos, las camas deshaciéndose se juntaban con las luces y el pasar de los autos. Luces blancas, amarillas, azules y rojas encandilando al grupo. Una silueta se dibuja delante de un auto, su uniforme se volvía nítido y se apreciaba su arma de fuego adosada al cinturón, ganaba la atención del público.
-¿Qué onda oficial?- esbozó un pibe de la barra.
-Vengo a controlar…- La silueta tomó distancia de su público, agarrando su cintura con la naturalidad de una noche de verano; donde las personas disfrutaban el fresco dentro de sus casas o las terrazas con sus estrellas –Me dijeron que ustedes trabajaban hoy y les venía a recordar cómo era la cosa, ya que algunos de sus conocidos no entendieron bien.-
-Ustedes porque son chantas ¡loco!... – unas manos trigueñas cortaban la brisa que venía del puerto- Al Facu lo hicieron cagar por tranza, él no hizo nada y ustedes lo hicieron voleta, ¡loco!- vociferaba el de gorrita azul.
-Recatate Juan- sus compañeros lo agarraban en afán de que no se vaya a las piñas.
-A tu hermano le advertimos muchas veces que esas cosas ocurren cuando nos quieren hacer pasar por pelotudos- Sonaba a refrán viejo junto a sus señas con el índice.
-Vo’ necesitabas a un perejil, se la diste a mi hermano. ¡Forro!- Juan celaba la impunidad con sus gritos mientras sus compañeros forcejeaban para detenerlo.
“Gato, no rinde” “Recatate que te la pone” Se escuchaba en esa noche cerrada, donde los faros de debajo de la autopista destruían la oscuridad de los objetos.
-Bueno, dejen de pelearse como ratas por el pan. Ya saben que tienen que pagar y los estamos observando siempre, que hacen y que dejan de hacer. Pónganse las pilas, pibes. No queremos tener que dejar a sus hijos sin padres. ¡Vamos!-
La silueta de la mano saluda desde la cien con los dedos en alto. Se alejaba hacia las luces blancas. Se oyó un portazo y el gruñido de un motor. La plaza se inundaba de la oscuridad que presenció la visita, inundó el ambiente y siguió con el corazón de ellos; como viene haciendo con todos, con ese calor de verano y gusto a río.
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Exequiel Pagliari
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