Ya les dije antes que les iba a contar algo interesante, puede que más que llamativo: Les contaré la historia de El Mosquito.
Puede que a simple vista ese nombre no les diga nada, pero hubo un enfermero muy conocido en el pueblo de mí infancia que lo apodaban así: El Mosquito.
Cuando nadie podía encontrar las venas de un paciente en una extracción para un examen sanguíneo, él era el indicado. Impoluto en su trabajo, llegando a destacar y puesto como superior de los otros especialistas en extracción, su carrera se mantenía en la popularidad más alta.
Eso se mantuvo más o menos así por años, me acuerdo muy bien. Su problema vino cuando, según entiendo yo, probó realmente el material con el que trabajaba. Se dice que el nacimiento real de aquel personaje popular que atormenta a la población extraía sangre más de lo necesario, como parte de una deuda que tenía con el hospital, puede que él lo considere una compensación económica, pero solo él podía maquinar eso.
Para esa época, poco se podía saber de sus actos. Entre su precisión y lo normal que era tener a gente sintiéndose mal por una extracción sanguinea no se llegó a sospechar nada. Pero, siempre digo en mis relatos, el humano es tirano y codicioso. Quiero pensar que solamente sintió la necesidad de consumir más de aquel satisfactorio líquido rojo, pero que no lo hizo su dieta principal. Solo una cosa es segura, él empezó a necesitar más, y con ello ya no alcanzaba por drenar un poco para sí.
Es ahí donde se independizó con unos precios accesibles que llamaron la atención de los cliéntes. Había algo de quienes adquirían el servicio que les hacía durar: la cantidad que les era extraida, pero el precio era más que aceptable en esto de la salud.
El Mosquito se sintió satisfecho con las cantidades de sustancia que obtenía, aún de que la pérdida monetaria estaba justificada, aunque en el pasar de los meses su cuota sanguínea personal subía, la avaricia en persona.
Y el descuido lo consumió, esa sangre que extraía a sus víctimas hizo estrago en su cuerpo. La nariz se le estiró, sus músculos se consumieron entre tantos tipos de sangre que entraban en su cuerpo, se encogió, sus ojos crecieron de manera llamativa parecían tener vida propia. La gente ya no apetecía ver su transformación, aún con los precios tan bajos, su emprendimiento cayó y tuvo que volver a su anterior trabajo de enfermero en hospital.
La abstinencia termina de carcomer la mente, y en él poco se pudo encontrar de ese pensamiento tan lúcido que lo caracterizó. Recuerdo los dichos de otros cuando hablaban de como lo encontraron varias veces extrayendo sangre de cuerpos al momento de prepararlos para introducirlos a la morgue, o de enfermos terminales, personas en coma o muerte cerebral casi frenada, que las pobres familias tuvieron que llorar a las semanas de que llegase su familiar a tratarse.
Los pinchazos eran cada vez más peculiares, más especializados. Más de un personal del hospital dijo haber sentido un pinchazo en su cuerpo, aunque no entendían como ocurrió aquello al ver una herida tan grande como una aguja descartable.
Y fue esa noche, lo recuerdo bien. Estaba yo trabajando en la limpieza, en el piso de internación. Ya me faltaba una última habitación, donde en este tiempo se hospedaba un tipo llamado Julio. Me gustaba terminar con esa pieza, donde me pasaba ratos hablando con él. Debo decir que la última noche se veía algo intranquilo y me había confesado que veía sombras por la noche ir y venir, así como quejas de otros pacientes.
Entré a la habitación y mi compañero de charla estaba dormido. No dije nada y comencé a limpiar. Debo decir que en ese momento me parecía rara la posición en que Julio estaba dormido. No sabía nada de que tuviese un bulto en su panza, pero tampoco le presté tanta atención esos dos días que habíamos hablado.
Un sonido a insecto me sacó de los pensamientos. Algo raro había en él. No parecían las alas de un insecto, en realidad. Me recordó más al sonido de la lengua humana tratando de imitar un mosquito. El bulto de Julio comenzó a moverse. Me quedé mirándolo para tener una idea si realmente necesitaba llamar a alguien que sepa hacerse cargo de la situación o solo era una broma, clásico del buen Julio.
Entonces otra vez ese sonido y venía de ahí, de ese bulto bajo la frazada. Necesitaba corroborar, no podía llamar por una emergencia sin estar seguro de que no era una broma, ¡pero qué buena broma!
Tiré como quien va a desvelar una gracia de un amigo: Una jeringa me dejó perplejo al verla, siguió la cinta con que se adhería a la nariz humana, luego esos ojos tan fuera de eje y cordura, luego la boca tomando de un catéter que se conectaba a la jeringa. Poco más pude ver, pero suficiente para comprender que aquella boca siseaba como mosquito, que intentó quitarme del paso de su huida con la jeringa y que dejaría mi renuncia al recobrar el aliento.
Luego de semanas de lo ocurrido me llegó el rumor de que no se supo más de esos pinchazos sin sentido que ocurrían cerca de la oscuridad del hospital. Una muy buena desinfección se realizó cerca de alguna de las vísperas multitudinarias. Aunque se dice por debajo que en los lugares más sombríos y solitarios del hospital puede sentirse un sonido a mosquito, también reportaron pinchazos como de mosquitos en los cuerpos de la morgue. Todos sabemos muy bien que eso no puede ser hecho por un insecto...